viernes, 24 de agosto de 2018


Comienza así:
un leve sacudón,
un desasosiego pequeño y pasajero,
una angustia minúscula.
Otro día se suman las palpitaciones,
el sudor,
la imposibilidad de sostener
el ritmo natural de la respiración.
Sobreviene
una certeza inminente
de la muerte.

Todavía se puede controlar.
Un abrazo, una palabra
justa
rompen el maleficio
y te permiten
volver una y otra vez
a la rutina.

No obstante, puede suceder
que un acontecimiento altere
la concatenación esperable de los hechos.
Alguien que tiene las palabras como dardos,
un gesto o un silencio
ponen de manifiesto
la hostilidad del mundo.
No cabe
posibilidad alguna
de ignorarlo
porque este estado
exacerba la sensibilidad,
dispara
un análisis FODA
que sólo atiende a la suma
de todos tus defectos y debilidades.

Entonces llega el llanto.
El llanto.
Patético, ridículo
incontenible.
La autoflagelación
y la autocompasión,
su contraparte.
Uno a uno se suman los detalles
que hacen de tu historia
una bolsa de mierda.
Mierda
es todo lo que ves
y todo lo que olés
y ahí, en ese punto
sólo podés pensar
en que se te haga mierda la cabeza
que explote, de una vez
pero que explote sola
porque no tenés fuerzas
ni para levantarte de la cama.

Ahí, en ese punto
llegás a tener miedo de vos misma
y te empezás a debatir
entre la autosupresión
y la terapia.
Te acordás
de esos días hermosos
en los que te maravillaba
el simple hecho de que existiera algo
y decidís que lo mejor, ahora
tiene que ser empezar
por ir tapando el síntoma;
más adelante
verás cómo se sigue.




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The entire history of us

creo que esta vez perdí   pero siempre voy a tener tus ojos volteándose para mirar mi pelo largo y suelto como si por primera vez me vieras